La emoción de poder colaborar en alguno de los programas internacionales de SETI, que tienen por objeto la búsqueda de señales inteligentes en el cosmos. Relatamos aspectos tales como la banda primaria de radiofrecuencia en la que se hacen los barridos (en torno a los 1420 Khz de la línea de hidrógeno), la ecuación de Drake sobre las posibles civilizaciones comunicativas en nuestra galaxia, menciones al Observatorio de Arecibo, desde el que se centralizan prácticamente sus observaciones, la señal Wow captada, presumiblemente inteligente pero desafortunadamente perdida... Un proyecto que contando con el apoyo de la comunidad científica, fue en su día respaldado por la NASA y actualmente patrocinado por la iniciativa privada, el Instituto SETI y la Sociedad Planetaria, creadas al efecto. Y en el que se puede colaborar desde casa -en alguno de sus proyectos como SETI@home- mientras se activa el Salvapantallas de tu PC.
Era el verano de 1967 y Jocelyn Bell, estudiante investigadora de radioastronomía en Cambridge, tenía un mal día. Como parte de su tesis doctoral estaba utilizando un nuevo radiotelescopio, buscando en los cielos señales de variaciones interplanetarias y quasars. Pero mientras que la investigación iba bien, una inexplicable interferencia aparecía en sus gráficos. Al principio, Bell y su consejero, Tony Hewish, pensaron que la señal debía ser una especie de interferencia terrestre. Estas molestias son normales en radioastronomía. Pero a pesar de intentarlo de todas las maneras posibles, Bell y Hewish no podían eliminar la señal. Venía de algún lugar de la galaxia.
Después de un análisis más detallado se encontraron con algo en la señal todavía más sorprendente: tenía pulsos a intervalos regulares de 3 segundos y 2/3 cada uno. ¿Que fuente de radio natural en la galaxia podría enviar una señal con una precisión tan alta? En 1967 nadie lo sabía, y los investigadores comenzaron a sospechar la posibilidad de que el origen no fuera natural. ¿Podría ser que estuvieran recibiendo una transmisión de una civilización alienígena? Medio bromeando empezaron a referirse a la fuente como LGM, por little green men (pequeños hombres verdes).
Cuando la noticia del descubrimiento se extendió, más y más astrónomos empezaron a llegar al observatorio de Cambridge. Para satisfacer el interés creciente, Jocelyn Bell pasaba cada vez más tiempo siguiendo la extraña señal y buscando otras iguales. No estaba muy contenta: Ahí estaba yo, recuerda, intentando obtener el doctorado de una nueva técnica, y unos tontos hombrecillos verdes escogían mi antena y mi frecuencia para comunicarse con nosotros.
La señal LGM al final no tenía relación con civilizaciones alienígenas. En menos de un año se detectaron varios objetos pulsantes similares. Su origen, se aceptó ampliamente, eran estrellas de neutrotes rotando velozmente, y fueron acertadamente denominados pulsars.
Las estrellas radioactivas de neutrones son lugares poco prometedores para buscar vida inteligente. Aún así no es sorprendente que por un momento, Bell y Hewish consideraran en serio la posibilidad de que la señal fuera una transmisión de un mundo alienígena. En los años 60, después de todo, estaba en auge la Era del Espacio. En menos de una década desde el Sputnik, los astronautas y cosmonautas abrían nuevos caminos en el espacio, cada uno intentando superar al otro. Se enviaban sondas a los planetas, y la carrera a la Luna iba a alcanzar su clímax. La imaginación popular estaba saturada con la exploración espacial, con series televisivas como Star Trek y Perdidos en el espacio dominando las ondas. ¿Es sorprendente que los astrónomos se preguntaran si las señales que detectaban eran originadas por inteligencia de otros mundos?
Aun más significativo, quizás, la búsqueda de civilizaciones alienígenas se estaba convirtiendo en científicamente respetable. Gracias a un pequeño pero creciente grupo de científicos e ingenieros dedicados a buscar señales extraterrestres en los cielos, hablar de civilizaciones avanzadas en otros mundos ya no estaba reservado a las historias de ciencia ficción. La búsqueda de inteligencia extraterrestre (SETI) se volvía una empresa científica legítima, utilizando las tecnologías disponibles más avanzadas y apoyados por algunos de los mejores astrónomos del mundo.
Cuando Bell y Hewish consideraron el origen de la señal, no necesitaron buscar lejos : en su propio campo de la radioastronomía, SETI tenía una presencia importante y creciente. Habría sido sorprendente si no se hubieran preguntado si la señal que habían encontrado accidentalmente no podía ser la señal que sus colegas buscaban tan afanosamente. ¿Como fue esta transformación? ¿Como algo de ciencia ficción pudo volverse un asunto de ciencia real pura?
Es, por supuesto, muy difícil determinar la fecha exacta del nacimiento de SETI. La fascinación con otros mundos y sus habitantes es una larga historia, desde la antigüedad. Incluso la búsqueda de señales de radio del espacio se inicia con los experimentos de los pioneros en los primeros días de la radio. Pero la historia moderna de SETI tiene un claro principio. En 1959 Philip Morrison y Giuseppe Cocconi eran jóvenes físicos de la Universidad de Cornell interesados en los rayos gamma. Un día de primavera de 1959, recuerda Morrison, mi ingenioso amigo Giuseppe Cocconi vino a mi oficina e hizo una pregunta original: Los rayos gamma, preguntó, ¿No serían el mejor medio de comunicación entre las estrellas? Morrison estuvo de acuerdo que los rayos gamma funcionarían, pero sugirió que deberían considerar las posibilidades de todo el espectro electromagnético.
El resultado de esta discusión fue un breve artículo de dos páginas, publicado en la revista Nature el 19 de Septiembre de 1959. Titulado Buscando Comunicaciones interestelares, está considerado el documento fundacional del SETI moderno.
En el artículo Morrison y Cocconi admiten que es imposible estimar la probabilidad de la existencia de civilizaciones alienígenas orbitando estrellas distantes. Pero basados en el único ejemplo disponible -el de los humanos en la Tierra- argumentan que no se puede desestimar que pudieran haber muchas sociedades alienígenas tecnológicas ahí fuera. Muchas de ellas, argumentan, podrían ser mucho más antiguas que las sociedades humanas y mucho más avanzadas tecnológicamente.
Los extraterrestres, además, considerarían nuestro Sol como una estrella candidata a la formación de una civilización tecnológicamente avanzada, e intentarían contactar con ella. La pregunta principal, según Morrison y Cocconi, es ¿Que medios usarán?
Ellos consideran que las ondas electromagnéticas (ondas de radio, de luz...) son la elección evidente. Solo estas, viajando a la velocidad de la luz, pueden cruzar las fantásticas distancias necesarias sin dispersarse en algo parecido a una cantidad de tiempo práctica. Esto nos lleva a la siguiente pregunta: ¿En que frecuencias transmitirían los alienígenas su señal?
Las frecuencias más razonables para comunicación entre las estrella, decían Morrison y Cocconi, estaban entre 1 y 10,000 Mhz. Estas son las frecuencias en las que la atmósfera planetaria interfiere menos con las señales electromagnéticas, y donde el ruido de la radiación de nuestra galaxia es mínimo. Algunos años después se descubrió que estas eran también las frecuencias en las que era menor la interferencia con la Radiación Cósmica de Fondo, pero esto no se sabía en 1959.
Un rango de frecuencias de 10,000 Mhz es todavía demasiado amplio para realizar una búsqueda sistemática. Morrison y Cocconi aventuraron una idea que ha marcado el curso de la investigación de SETI hasta hoy: Los alienígenas, dijeron, probablemente emitirán en la frecuencia de 1420 Mhz, longitud de onda de 21 cm. Es la frecuencia de emisión del átomo del elemento más común en el universo -el hidrógeno. Esta frecuencia se sugeriría porque sería conocida para cualquier observador en el universo. Cualquier búsqueda sistemática debería empezar aquí.
Los autores hicieron entonces otra observación que ha tenido un impacto profundo en la manera en que se realizan las búsquedas SETI: una señal enviada desde el planeta en órbita de los alienígenas hacia nuestro planeta en órbita forzosamente mostrará un desplazamiento de su frecuencia original. Este es el resultado del efecto Doppler, familiar para cualquiera que haya oído el cambio del tono del silbido de un tren al pasar, del agudo al grave. Debido a que la velocidad a la que se mueven los planetas relativamente el uno del otro cambia constantemente, la frecuencia de transmisión inevitablemente variará con el tiempo. La búsqueda de una señal alienígena debería de tener en cuenta este desplazamiento, y buscar una transmisión cuya frecuencia varíe ligeramente.
Morrison y Cocconi concluyeron su artículo con un reto a los lectores escépticos. Muchos, admitieron, dirán que esta clase de especulación pertenece más a la ciencia ficción que a la ciencia. No es así: su argumento, explicaron, muestra que la presencia de una señal extraterrestre es consistente con todo lo que actualmente conocemos. Concluyeron con un reto que se ha convertido en el grito de todos los entusiastas de SETI: La probabilidad de éxito es difícil de estimar: pero si nunca buscamos, la probabilidad de éxito es cero.
http://www.espinoso.org/biblioteca/SetiHome.htm
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