La superficie del Aral se ha reducido en un 60% y su volumen en un 80%. Los pueblos costeros que vivían de la industria pesquera se quedaron literalmente de piedra ante el receso de las orillas, que dejó sus barcos anclados en medio del desierto.
La isla Renacimiento, que ocupaba el centro del Aral (donde fue habilitado un laboratorio secreto de armas biológicas), se convirtió en una península a comienzos del año 2001 por el descenso incesante del agua.
En un intento desesperado por aliviar la desecación irremisible del Aral, las autoridades de la república ex soviética de Kazajistán pusieron en marcha hace tres años un plan para rellenar su porción norte del mar. Para ello han levantado un dique de cemento de 14 kilómetros de longitud entre las dos mitades, de tal forma que el agua que entra en el mar procedente del río Sir-Daria no escape hacia la mitad sur de la vecina Uzbekistán, fenómeno que se produce debido al desnivel de 11 metros que existe entre ambas zonas.
«Para el año 2008 nuestra parte del mar estará cubierta de agua, que llegará hasta la ciudad portuaria de Aralsk. Eso mejorará la situacion en la ciudad y ocupará de nuevo a sus habitantes en la industria pesquera», explica a EL MUNDO Baitulin Issá, consejero de la Academia de las Ciencias de Kazajistan en Alma-Atá.
Consciente de que la iniciativa kazaja es una gota en el desierto frente a la magnitud de la tragedia, el científico reconoce que la recuperación del mar es inviable y que su desertización es irremediable. Pese a que el Amu-Daria ya no desemboca en el mar, las zonas de irrigación para cultivos del algodón siguen ampliándose.
El plan kazajo de revitalización de la zona pasa también por «cultivar plantación y vegetación en el antiguo fondo del mar», explica el científico. El aumento de la salinidad ha afectado a la fauna acuática, de tal forma que para garantizar la pesca en la zona se ha introducido un tipo de lenguado más resistente a la sal que las especies autóctonas, la mayoría de las cuales han desaparecido.
Propuestas faraónicas
Ya en la época soviética, las autoridades de Moscú intentaron aplacar la sed de los ecologistas de todo el mundo con dos propuestas faraónicas: una consistente en volar con cargas atómicas las montañas de Pamir y Tian Shan (de donde nacen el Sir y el Amu-Daria) para liberar sus glaciares, y otra que contemplaba desviar el curso de los caudalosos ríos siberianos (a 2.500 kilómetros de Asia Central) para compensar la sequía galopante del Aral. El plan quedó en agua de borrajas hasta que el popular alcalde de Moscú, Yuri Luzhkov, que está en todo, propuso hace un par de años desempolvar aquel proyecto. Desde entonces no se ha vuelto a hablar del tema y en Kazajistán no han recibido noticias del maná siberiano.
El Aral es hoy un mar de lágrimas para la población que sobrevive en las zonas circundantes a la cuenca, no sólo debido a la salinidad, sino a los problemas de salud derivados de la contaminación (causada por la dispersión de abonos y pesticidas), y a la mala calidad de la escasa agua potable. Para solventar esto último, el Gobierno kazajo cava pozos en la zona para proveer de agua subterránea potable a la población, pues las aguas del Sir-Daria son muy sucias.
«Este año el presidente Nazarbáyev abrió el grifo del agua limpia», afirma Issá con un tono que denota su devoción hacia el líder del Estado. Una devoción masiva conformada en las elecciones del pasado domingo, que otorgaron al veterano jerarca ex comunista el 91% de los votos y prolongarán su mandato hasta 2012. Para entonces, a la parte sur del Aral le quedarán sólo siete años de agonía, según vaticinan los últimos estudios.
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